Hoy es un mal día, un día infame. Hoy hace 10 años que caminamos solos…
Fue poco después de la primera acampada del 0,7. Hacía poco que habíamos montado Papeopatos, e Iñigo había empezado a trabajar en Hirugarren como voluntario. No sé muy bien cómo ni por qué, decidimos unir nuestras desproporcionadas fuerzas (las de Hirugarren y Papeo; las de Iñigo y las mías) para impulsar la campaña bilbaína por el 0,7% de ayuda al desarrollo, que ya hacía algunas semanas había empezado, con gran impacto mediático, en la Castellana de Madrid.
Se trataba de romper el hielo y superar las indecisones de las ONG locales acampando durante un fin de semana frente al Ayuntamiento de Bilbao, y aportar desde allí nuestro granito de arena para conseguir un objetivo que nos parecía legítimo y deseable.
No recuerdo casi nada de aquel fin de semana. No sabría decir el número exacto de tiendas que montamos, no más de tres o cuatro, ni las personas de la cuadrilla que participamos. Recuerdo solamente que durante largas horas por allí pasaron poquísimos transeúntes, por no hablar de medios de comunicación, políticos y demás decision makers. No es que hubiéramos traído el monte a la ciudad con nuestras tiendas de campaña, es que la ciudad había huido de nosotros. Y sobre todo y ante todo recuerdo el agua, el frío, el viento… Recuerdo que no paró de llover un solo segundo durante el tiempo que duró la acampada. Literalmente.
Nuestra tienda estaba ocupada por varias personas en representación de Papeopatos. Nos turnamos a lo largo de los días que duró la campaña para que nadie se quedara solo en la tienda. Solo Iñigo, que también pertenecía a Hirugarren, permaneció allí todo el fin de semana.
La noche que pasamos bajo el diluvio junto a la Ría fue terrible: en varias ocasiones tuvimos que recoger el agua que se colaba por todas partes para poder tumbarnos en las esterillas sin que se mojaran los sacos. Pronto entendimos que se trataba de una batalla perdida. A medida que se iba empapando nuestra ropa, empecé a dudar del sentido de todo aquello: No habíamos conseguido la presencia de un solo medio de comunicación (aunque creo que vinieron al día siguiente), había poquísimas tiendas, hacía frío, estábamos empapados,… Las dudas me invadieron y plantee si no sería más sensato aplazar la acampada hasta una fecha más propicia.
Evidentemente, Iñigo dijo que no tenía la más remota intención de abandonar. Si era necesario, estaba dispuesto a quedarse él solo en la tienda. Lógicamente nadie se fue. Nos quedamos todos y superamos juntos aquella noche de frío y humedad. El ron Liberación ayudó bastante, he de admitirlo.
Una vez aceptada la incomodidad de la situación, pronto empezaron las risas: recuerdo que bromeamos con despertar flotando en medio del Atlántico, arrastrados por la crecida de la Ría, a lo que yo comenté que no me importaría, ya que uno de mis proyectos siempre había sido embarcarme para ver mundo. Íñigo se mostró de acuerdo y como siempre fue un paso más allá, del sueño a la acción, proponiéndome llevarlo a cabo realmente ¿Llevar a cabo qué?, dije yo. Embarcarnos, contestó. ¡Acepto!, ¿Cuándo nos vamos? Al final conseguimos superar el trauma y la acampada acabó como había empezado. Los mismos cuatro gatos que habíamos montado aquel campamento absurdo lo levantamos bajo la misma lluvia del primer día.
Pero la historia no acabó ahí. Un par de semanas más tarde Íñigo me convocó para que le acompañara a un sitio. Mientras caminábamos me preguntó si recordaba la conversación de aquella noche de insomnio en la acampada del 0,7… Pues bién, me dijo, he encontrado una naviera. ¿Vamos a informarnos? Y así, sin margen de maniobra ni tiempo para pensar en lo que estábamos haciendo, nos sorprendimos a nosotros mismos llamando al timbre de una agencia de buques mercantes para preguntar si aceptarían a bordo semejantes grumetes como nosotros. Cuando le explicamos el asunto a la encargada del personal nos miró incrédula:
– ¿Tenéis experiencia?, nos preguntó.
– No, respondimos
– ¿Alguna titulación de marina mercante?
– Tampoco
En ese momento la chica nos sonrió, por no decir que se rió abiertamente de nosotros, y nos dijo que no nos hiciéramos ilusiones, porque ellos solamente contrataban a marinos titulados y con experiencia. Con todo, le debimos inspirar tanta ternura que nos propuso rellenar este formulario, para consolar nuestro espíritu aventurero:
Como podéis ver yo nunca llegué a completar, mucho menos a entregar, el formulario. Íñigo sí. Él siempre fue un paso más allá en todo lo que hizo y nunca dejó que un obstáculo, por insalvable, le impidiera perseguir algo por lo que creía que valía la pena luchar. Se embarcó en mil aventuras, en mil travesías, en mil proyectos, pasó mil noches más de insomnio, frío y humedad. Transformó sus sueños en acciones. A estas alturas ya debe ser capitán. Espero que algún día me acepte a bordo, aunque yo sigo siendo un marinero inexperto y sin titulación.
Una historia cojonuda Carlos, yo andaba en la clínica San Sebastián, recien operado del coco, y recuerdo que Iñigo con alguno de los que andabais por allí se hizo una escapada para verme, o sería para dejar de chupar agua, jaja..